“A grandes males, grandes remedios”, como dice el refrán. En el deseo y la esperanza de que ésta sea la última referencia a la COVID-19 en un editorial de nuestra newsletter, vuelvo a mencionar aquí dicha enfermedad, que nos ha mostrado la necesidad de la investigación desde diferentes enfoques disciplinares para poder mitigar el impacto personal y social de la pandemia. Esperemos haber aprendido la lección, pues nos acechan desafíos tan complicados y relevantes como el de la COVID-19, si no más, en un futuro indeterminado en el tiempo, pero inexorable en su devenir: resistencia bacteriana a los antibióticos; cambio climático con todas sus posibles consecuencias; necesidad de una gestión sostenible de los recursos materiales, incluyendo la producción de alimentos, y de la energía; nuevas zoonosis con potencial de causar nuevas pandemias; etc. Estos “grandes males”, además, aparecen interconectados entre sí, lo que incrementa la necesidad de estudiarlos desde varios puntos de vista. Por ejemplo, el desmedido uso de los combustibles fósiles en la producción de energía ha propiciado el cambio climático que, a su vez, junto con la destrucción de los ecosistemas por sobreexplotación, facilita la extensión de las zoonosis e impacta en la producción de alimentos. Pero también es necesario un abordaje integral, multidisciplinar, no solo de los problemas acuciantes de las personas, la sociedad, o el planeta, sino también de los temas más propios de la ciencia básica, que tienen muchas más facetas que las que una única disciplina puede desentrañar.
La política científica diseñada por el actual equipo de presidencia del CSIC planteó la necesidad de evolución de nuestro modo de abordar las cuestiones científicas bastante antes de que surgiera la COVID-19. A través de las Plataformas Temáticas Interdisciplinares (PTI) se empezó a articular un nuevo marco de investigación que no solo permitiera un mejor abordaje de los problemas complejos, sino también facilitar la transferencia a la sociedad y al tejido empresarial de los resultados de la investigación, una de las asignaturas pendientes de nuestro sistema de I + D + i. No es que no existieran ejemplos previos de colaboración desde diferentes capacidades conceptuales y experimentales, pero no había un marco tan claramente definido en el CSIC.
En este mismo número de la Newsletter recogemos la celebración del XXV aniversario de la publicación de un trabajo de los grupos del CIB dirigidos por Santiago Rodríguez de Córdoba y Miguel Ángel Peñalva. Desde campos distintos, y con el apoyo posterior de otros investigadores que complementaron adicionalmente las capacidades de ambos grupos, unieron esfuerzos para un proyecto nuevo y ajeno a sus intereses principales: la caracterización de las bases moleculares del primer trastorno de origen genético descrito en la historia, la alcaptonuria. Ello les permitió realizar una excelente publicación, ser pioneros en España en secuenciar de forma completa un gen y, además, proporcionar una herramienta relevante para el diagnóstico de las metabolopatías congénitas.
No es casualidad que aquello pudiera ocurrir en nuestro centro, como tampoco lo es la participación de grupos CIB Margarita Salas en varias de las PTI+ surgidas a raíz del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Unión Europea: Susplast, Salud-Global, Trans-Ener, Neuro-Aging y, deseablemente, la nueva iniciativa de HorizonteVerde. Hemos apoyado y respondido a las iniciativas de las PTI y, más recientemente, a la de las Conexiones CSIC, en coherencia plena con el carácter multidisciplinar del CIB Margarita Salas desde sus orígenes, no siempre bien explicado ni bien comprendido, tanto fuera como dentro del centro. Dicho carácter nos dota de las capacidades personales y técnicas para abordar cuestiones complejas, a veces solo lateralmente relacionadas con las líneas específicas de nuestra investigación, pero enmarcadas en el reto común de la Biología para el Bienestar Global.