Parece obvio que sí, que conocer genera bienestar

¿Cuántas veces desconocer un dato o una dirección nos ha llenado de incertidumbre o ansiedad desapareciendo en un instante al invadirnos un sentimiento de tranquilidad al conocerlo?

La definición de bienestar de la RAE contempla tres acepciones: conjunto de las cosas necesarias para vivir bien; vida holgada o abastecida de cuanto conduce a pasarlo bien y con tranquilidad y, finalmente, estado de la persona en el que se le hace sensible el buen funcionamiento de su actividad somática y psíquica.

Esta última acepción me parece significativa, “hacerse sensible”, sentir, en definitiva, una alusión directa a los sentidos, que informan a nuestro cerebro de lo que ocurre fuera y tomar conciencia de ello.

Hemos evolucionado por ser más curiosos

La curiosidad ha sido parte de nuestra evolución. Necesitamos estar informados no solo para saciar la curiosidad sino porque amplía nuestros puntos de vista, sabes más, puedes argumentar mejor.

Ante las incertidumbres que, aunque cueste reconocerlo, forman parte de la vida en sí misma, la necesidad de saber se presenta como innata. Sin ella no habríamos evolucionado ni hubiéramos conformado, tal y como es, el mundo que nos rodea.

El proceso de conocer, de aprendizaje, conlleva un adiestramiento que permite desenvolverte en una actividad con mayor soltura y tranquilidad. Este conocimiento también permite diferenciar y categorizar favoreciendo el desarrollo de un pensamiento crítico. El conocimiento de varias alternativas nos permite emitir opiniones con fundamento, con mayor poder de decisión, alejadas de los simples eslóganes de líderes o vendedores de humo que, como manipuladores emocionales, pretenden el imperio de la no reflexión ni el razonamiento pausado.

¿Podemos vivir sin aprender?

Pues parece que no, porque desde el más diminuto o menos desarrollado (o ambos) de los organismos contiene mecanismos bien descritos molecularmente para extraer conocimiento del entorno y decidir lo que debe hacer ante un estímulo ¿esporular?, ¿atacar? ¿huir? Que se lo pregunten al virus SARS-CoV-2 adaptando su proteína S al receptor ACE humano. El desarrollo evolutivo de los sentidos y su posterior procesamiento en el cerebro es suficiente prueba de que debemos explorar el entorno y extraer conclusiones para sobrevivir, conocer y posteriormente actuar, decidir y vivir mejor.

Conocimiento científico y bienestar

Si por conocimiento científico tomamos las conclusiones obtenidas después de someter al método científico la investigación de un proceso, parece que estaríamos limitando el bienestar a la curiosidad del científico enfrascado en su trabajo.

Y para las personas de a pie, cabe preguntarnos si el conocimiento científico les produce bienestar. La ciencia surgió como respuesta racional a las preguntas de cómo y por qué son las cosas, al deseo de comprender el mundo y con ello la capacidad de transformarlo. Si nos detenemos a observar lo que nos rodea, todo lo que utilizamos a diario, todo, procede de la ciencia: medicinas, la salubridad del agua, los alimentos, la energía, los electrodomésticos, los vehículos, la tecnología… En definitiva, una lista interminable que contribuye a nuestro bienestar. Pero no solo la ciencia aplicada por ser más cercana, también la investigación básica como base del bienestar. De nuevo, la cuestión eterna ¿ya superada? entre dos caminos no tan divergentes.

A día de hoy, nadie se pregunta para qué sirve investigar en el fago Φ29. Mario Bunge, físico y filósofo de la ciencia fallecido en 2020 fue muy contundente: “Se debe abandonar la actitud de tomar a la ciencia básica como un lujo o que solo sirve como base de la tecnología y solo tolerable cuando origina frutos inmediatos, pero intolerable cuando no hace sino explorar el mundo”.

Mario Livio estudió lo que nos hace ser curiosos y argumentó uno de los motivos para la obtención de recompensa. El bienestar como recompensa del conocimiento.

Mercedes Jiménez Sarmiento

Científica Titular del CSIC en el CIB Margarita Salas

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